Hacía un sol espléndido y quedamos con el Jefe de mantenimiento en llegar a las 4pm. El hombre, quién después sabríamos es un notable pintor y fotógrafo aficionado; nos estaba esperando con una sonrisa. Horas antes habíamos mandado a fabricar un cable a medida para que el sonido se amplificara todo lo posible. El local del Centro socio comunitario para la tercera edad, situado frente a la Puerta del camino (de Santiago), es un antiguo edificio monumental con grandes ventanales por donde se cuela la brisa tamizada por los árboles de la plaza aledaña. Estamos finalizando la primavera.
En un rato ya lo tuvimos todo concebido y sonaba lindo. Algunos ancianos residentes habían cogido asiento. Se les notaba felices porque escucharían a una cantante cubana, y en sus rostros se leían boleros y sones venidos desde la América latina, lo que significaba también volver a vivir un pasado glorioso.
“Toda una vida”, ese bolero que popularizó Antonio Machín, sirvió para ir calentando motores; tanto que ya se iban acercando a mí con sus preguntas.
-¿A qué hora empiezas? ¿De dónde eres?, etc.
Una señora con acento suramericano lamentaba tener que tomarse un bus y no poder regresar a tiempo. Quería que esa hora se dilatase para no perderse unos boleros y sones que le eran caros. Tal vez, -quién sabe, era también lectora de Don Julio.
Una cubana que visita cada año Compostela, y es natal de Santiago de Las Vegas, la tierra de personajes tan pródigos como el escritor Ítalo Calvino, el independentista Juan Delgado, y el musicólogo Helio Orovio; también aguardaba el concierto de Jamila Purofilin.
Lo que más me llamó la atención fue sentir mientras cantaba cómo apreciaban cada frase musical y lírica de las canciones de Cortázar. En sus ceños distendidos y las miradas atentas no había signo algunos de examen o aburrimiento. Por segunda vez durante esta gira SGAE Actúa, me encuentro con un público que disfruta sin juzgar intelectualmente. No fue un problema como algunos pensaban, traer al Cortázar poeta hecho música, sino un total acierto. Apreciaban la vigorosa guitarra acompañando a mi voz que según el criterio general es de una apreciable capacidad melódica.
Los aplausos fuertes, la actitud atenta; y esa energía que se puede percibir desde el escenario, permitió que soltara la voz, expresara mis sentimientos y me remontara sobre mi viaje compartido con el autor de Rayuela. Tal vez ellos no habían leído al creador de Historia de cronopios y de famas, pero esto no era importante. Como no lo es saber inglés o gallego para deleitarse con la poesía que es la esencia misma de la música.
Por agasajarles, les llevé unos boleros. Al principio me equivoqué y comencé a cantar uno sobre la melodía de otro. Me perdonaron como se lo hace con un hijo que viene con regalos. Esa tolerancia sabia de los mayores que deberíamos ejercitar, les permitió llegar al final de un concierto que duró 1 hora. Se cayeron todos los prejuicios. ¿Les gustaría un repertorio inédito de un autor como Julio Cortázar? Sí, tanto como Bésame mucho, Toda una vida, Sabor a mí, o La guajira guantanamera que terminaron coreando.
Cuando reflexiono sobre cómo recibieron este repertorio inédito, opino que esas personas durante su infancia y juventud escucharon músicas de mayor calidad que las generaciones actuales. Las programaciones radiales, los propios radio teatros, y las primeras décadas de la televisión, difundían una música popular de mayores valores estéticos que la predominante hoy, difundida por las radio fórmulas.
Fui muy feliz al dar este concierto a personas mayores que aprecian un gesto como este, cuando ellos no están en condiciones físicas ni económicas de asistir a un teatro, un bar o un festival. Una obra de autor por ellos desconocida no fue un problema, sino un alimento; y opino que esto es lo que le da sentido a la creación misma.